Reuniones sociales en el trabajo

Las actividades sociales en el ámbito laboral tienen la dudosa virtud de obligar a contar historias alrededor de uno o varios tópicos.

En este caso el tópico fue los viajes en avión. En algún momento tuve que amueblar la conversación con alguna de mis experiencias. Resumo una de ellas aquí.

La anecdota

Ya no recuerdo la fecha, pero viajaba con probable destino a Miami desde Montevideo. Minutos después de tomar posesión del asiento soy testigo de tres intentos de cerrar la puerta del avión por parte de una azafata un tanto robusta. Este fue el primer augurio de acontecimientos posteriores.

Intente desviar mis pensamientos hacia el panel superior para encender la luz y girar la perilla que expulsa aire. Ahí note que el estado del panel había convenido estar en similar disposición que la puerta. No luz, no aire y casi me cae encima al tocar demasiado el mencionado artilugio.

Luego de unos minutos el capitán del biplano comunica las instrucciones detalladas a la tripulación e informa a los pasajeros con un: «–bueh, nos vamo…».

El avión comienza a moverse lentamente. Tomo la revista y comienzo a leer. El instinto de supervivencia me aconseja que mire la hora. Hace como 10 minutos que el aeromóvil se desplaza por la pista en un intento lacrimógeno de ganar velocidad. Miro al señor a mi lado, un gordo cincuentón que ya había incorporado el posa brazos a su organización física, como si fuera una costilla más. Me comenta: —despegara esta cosa?. Le respondo, en un acto de prudencia y con mi mejor tono de ingeniero: «–Existe la posibilidad de que vayamos por tierra».

Comienza el ritual de instrucciones sobre puertas de emergencia y chalecos salva vidas.

Una cortina abierta arroja evidencia empírica sobre las diferencias entre la clase business y económica. La azafata de business es una morocha de muy buen ver. Tiene los labios pintados de un rojo intenso. Dos botones de la blusa desabrochados. El sector masculino está pendiente del tercer botón mientras la joven señala puertas y pasillos de salida. Un culo para alpinistas. El surco entre los pechos aprisionados por la ropa interior constituyen el mejor saludo de la joven. Ya está en disposición de ofrecer champagne a sus pasajeros.

Se cierra el telón. La azafata de la clase económica (donde tengo la desgracia de estar ubicado) es otra cosa. Denuncia un pasado de levantar pesas. De tener muchas navidades pero pocas noches buenas. Tiene la boca tachada con lápiz labial (o más bien una crayola). Se da vuelta para mostrar las salidas de emergencia. Tiene un culo magnánimo, gigantesco.

A los 15 minutos observo que no queda demasiado para llegar al final de la pista. Se percibe la furia del piloto por acelerar y en el último minuto, en un acto casi milagroso, el avión levanta la nariz. Aun no despega. De modo que, como contribución colectiva, los pasajeros en sincronía hacen el esfuerzo final, enarcando las cejas y levantando la cola del asiento como si ayudara a vencer las leyes de la física. Varios minutos después estamos en el aire.

Momento de anotaciones transcendentales. Saco la libreta y anoto una cita que documente la experiencia:  «Todos tenemos dos vidas. La segunda comienza cuando nos damos cuenta que tenemos una sola.» Se le atribuye a Confucio el juego de palabras cruzadas, probablemente después de empinar el codo con un cuarto whiskey.

Cada nube ofrece una resistencia infernal sobre el aparato. Ha llegado la hora de comer. Aparece en escena la aeromoza (por no decir la bestia que arrastra el carro de comida). Desplaza el carro con violencia sobre el pasillo llevándose un par de rodillas ajenas. Me mira con desprecio y gruñe un: «–¿Pasta o pollo?». Trato de responder rápido, antes de que me agarre del cogote. No me da el tiempo y me pregunta por la bebida. «Coca-cola sin hielo» apresuro a responder. Procede a inclinarse y aparece con una botella de 3.5 litros de coca-cola. Saca el tapón y lo sostiene en el costado de la boca. Una imagen en HD despreciable.

Vine a saber más tarde de las dificultades económicas de la aerolínea. Es como si uno tuviera que estar al tanto de este tipo de cosas para optar viajar o no por una empresa.

Tenga en cuenta que en ocasiones soy un poco exagerado.

 

 

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Un comentario

  1. Te felicito, muy buena descripción. Me he reído.
    Un saludo,
    Livia

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